La verdad de Libra: de la balanza al encuentro

Los mitos de Libra y lo que su energía realmente nos propone

Cuando hablamos de Libra, casi automáticamente aparece la imagen de la balanza. Esa asociación nos lleva a pensar en “equilibrio”, en armonía perfecta, en una energía que viene a ordenar las cosas como si de una fórmula exacta se tratara. Es común escuchar que las personas de Libra “no se enojan”, “siempre son justas”, “saben elegir bien”, o que “viven en equilibrio”. Y sin embargo, esa es una de las confusiones más grandes que repetimos cuando pensamos en este signo.

La realidad es que Libra no es equilibrio, ni mucho menos un estado de calma perpetua. La balanza, como símbolo, no representa un ideal alcanzado, sino un movimiento constante entre dos polos. Libra no viene a mostrarnos una línea recta, sino el arte de oscilar, de tantear, de probar un lado y luego el otro. La balanza no está fija: se mueve, busca, duda, se inclina, vuelve a intentar.

Aquí aparece el primer gran mito: “Libra sabe lo que quiere”. En verdad, Libra muchas veces no lo sabe. Y no lo sabe porque su aprendizaje es justamente ese: encontrarse a sí mismo en la presencia del otro. Libra inaugura algo esencial en el zodiaco: después de los seis primeros signos (de Aries a Virgo), donde la energía está puesta en la construcción de la identidad, llega Libra y propone una novedad radical: no somos solos, somos en vínculo. La conciencia se amplía y aparece el espejo del otro.

Por eso, otro mito muy común es que Libra “vive para agradar”. Se lo acusa de indeciso, de querer quedar bien con todos, de no poder sostener una postura firme. Pero detrás de esas etiquetas hay algo mucho más profundo: Libra escucha, toma en cuenta, percibe el impacto que sus actos tienen en el otro. La indecisión no es superficial, sino una búsqueda de inclusión: ¿cómo puedo ser yo sin anular al otro? ¿cómo puedo elegir sin dejar de lado al vínculo?

Lo que la energía de Libra nos invita a comprender es que la vida no es una línea recta de certezas individuales, sino un entramado de lazos. Que nuestras elecciones siempre repercuten en alguien más, que nuestras palabras resuenan en el cuerpo ajeno, que no podemos pensarnos aislados. Libra no viene a eliminar el conflicto, sino a mostrar que del choque de perspectivas también nace la belleza.

Y aquí llega otro mito: que Libra es “puro amor y armonía”. En realidad, Libra necesita atravesar el desacuerdo para comprender qué lugar ocupa y qué desea. Su búsqueda no es la paz a cualquier precio, sino una verdad compartida.  La armonía, en todo caso, aparece como fruto de un proceso: nunca está dada de antemano.

Podemos mirar entonces a Libra como la energía que nos recuerda que no hay yo sin vos, y que toda elección implica un movimiento que no es neutral. La balanza no está quieta: se inclina, tantea, se mueve, porque así se construye la conciencia del encuentro. Libra no es equilibrio, es búsqueda. No es complacencia, es escucha. No es pasividad, es ensayo de un nosotros posible.

Tal vez la invitación más honesta de Libra sea esa: atrevernos a vincularnos sin garantía de resultado, sabiendo que en el encuentro no hay fórmulas ni certezas, sino un terreno vivo y cambiante donde aprendemos quiénes somos. Libra nos recuerda que el amor no es ausencia de conflicto, sino disposición a encontrarnos una y otra vez, incluso en la diferencia.